Isabel Moctezuma by Eugenio Aguirre

Isabel Moctezuma by Eugenio Aguirre

autor:Eugenio Aguirre [Aguirre, Eugenio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-02-01T05:00:00+00:00


VIII

Oc no ce tonal - Aún es toda la suerte nuestra

Al cabo de siete días, después de haber sucedido grandes cosas —entre ellas el inicio de los ataques constantes de los guerreros aztecas acaudillados por Cuitláhuac, que amenazaban con aniquilar en pocos días a los teteu refugiados en el palacio de Axayácatl—, los españoles con sus amigos los tlaxcaltecas, huexotzincas y demás naciones, desampararon la ciudad y salieron huyendo por la calzada que va a Tlacopan, y antes de salir de la ciudad mataron al rey Cacamatzin, y a tres hermanas suyas —entre ellas una bautizada con el nombre Francisca y con la que Cortés se echaba con harta frecuencia—, y a dos hermanos más.

Esto sucedió de noche. Recuerdo que caía una lluvia menuda, las gotas caían ligeramente, iguales al rocío, como cuando se riega. Papatzin Oxomoc y yo habíamos sido conducidas, por órdenes de nuestro señor Cuitláhuac, desde nuestros aposentos en Iztapalapan hasta los que ocupaban las mujeres en las Casas Nuevas.

—Quiero que estén cerca de mí, ahora que yo conduciré la guerra para acabar con los españoles y sus aliados en el palacio de Axayácatl, o al menos expulsarlos de Tenochtitlan —nos dijo durante una de sus escasas visitas a Iztapalapan—. Las quiero cerca para que, con su presencia, infundan confianza en nuestros guerreros y, si es necesario, defenderlas de cualquier ataque que intenten nuestros enemigos.

Cuando llegamos, nadie sabía nada sabía acerca de mi madre, ni de Tayhualcan. Se presumía que continuaban cautivas de Hernán Cortés, al igual que Tlilpotonqui, varios de mis hermanos, el Señor de Tetzcuco y sus parientes que no habían sido liberados, a los que mantenía como rehenes en tanto le resultaban útiles. Nada de mi abuela Xochicuéyetl ni de mi hermana Acatlxouhqui, de quien se decía que había sido preñada por Malinche, aunque yo me confundía con los nombres cristianos que les habían puesto a ella y a otras mujeres, y no podía saber si Ana, María e Inés eran la misma persona o diferentes mujeres violentadas por la lujuria de Cortés y de los capitanes a quienes las regalaba.

Eran días de caos y confusión. La mayoría de los hombres estaban inmersos en los combates que los batallones al mando de los quaquachictin, otomíes y tequihuaque que comandaba Cuitláhuac celebraban contra los españoles y los tlaxcaltecas en los muros y azoteas del palacio de Axayácatl o en las calles y canales aledaños. Los calpixqui y los mancebos de la servidumbre apenas y nos hacían caso. Su voluntad estaba animada por el deseo de cobrar venganza y distinguirse en las batallas y escaramuzas. Todos los días y bajo cualquier pretexto escuchábamos la apología que cada cual hacía de su valor o de sus argucias para enfrentarse a enemigos que muchos de ellos aún consideraban teteu.

Creo que fue a causa de esta situación por demás caótica y desastrosa, que esa noche sufrí una exaltación exacerbada que me provocó una ensoñación más vívida que las anteriores. Así, pude presenciar, como si estuviese en los lugares donde



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